Cliente de vida

«Una vez entraron en este mundo les fue imposible salir. Los colores de las frutas y las verduras les dejaron maravillados, vieron productos de la tierra que no sabían que existían y se encontraron con personas amables que, en su oficio de vender sus mercancías, se dirigían a ellos con palabras de amistad y con gran confianza, como si los conocieran de siempre. Ese fue el comienzo de su relación con aquella plaza de mercado».

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«Milton Mena Mena nació en Zarzal, Valle del Cauca. Él denomina a su pueblo como «rojo a morir… así como ese pimentón», dice señalando a uno de los tantos productos que se encuentran exhibidos en los diferentes puestos de venta allí, en la ‘Plaza de la 14’. Hacía la comparación de su tierra natal con esa verdura, refiriéndose a la devoción que se profesa en Zarzal por el equipo de fútbol colombiano América de Cali. Él se considera un hincha acérrimo de ‘la mechita’, lo ha sido desde muy niño. Le considera el equipo de sus amores, el cual es capaz de despertarle sus más grandes pasiones. Es un fiel seguidor de aquel equipo de fútbol, le sigue religiosamente para estar al tanto de todo lo que ocurre con él. Pero hay otra cosa que realiza desde hace bastante tiempo, casi como una tradición acompaña a su madre, el ser que más quiere y una de esas pocas cosas que están por encima de su equipo, a comprar los productos frescos de la plaza. Son clientes fieles de La 14, llevan 39 años asistiendo allí, haciendo mercado y haciendo amigos.

Milton empezó su vida laboral en una fábrica de empaques de papel, Colombiatex, una empresa que nació en Apulo, Cundinamarca, pero que posteriormente se trasladó a la ciudad de Palmira, en el Valle del Cauca. Dice Milton que «ingresó golpeando y golpeando, ya que es muy difícil abrirse mercado allí… yo ayudé a esto». A la edad de 20 años entró a trabajar a Colombiatex, lo hizo como supernumerario y realizó esta labor por un lapso de tres años y medio. Entre sus oficios, el que mejor recuerda, fue el de manejar grandes rollos de papel, llevándolos hasta la maquina cortadora para iniciar la producción de los empaques de papel. «No era un trabajo duro, pero había que tener fuerza para este», una característica notable, porque pese a su edad se le nota como un hombre corpulento capaz de realizar trabajos que impliquen gran esfuerzo físico.

Laboró algo más de trece años allí, hasta que sintió que era hora de buscar nuevos horizontes, decidió aceptar la oferta de un hermano el cual se había radicado en la ciudad de Ibagué y, constantemente, le insistía en que se fuera a trabajar con él en una fábrica textil. En ‘La Musical’, hubo gran auge por el comercio de telas, la calidad de las mismas es excelente y durante muchos años ostentó el primer lugar en la producción de telas finas en nuestro país.

Decidido a iniciar esta nueva aventura, Milton hizo maletas y partió a esa tierra nueva para él. El cambio fue muy duro, el ambiente resultaba tan distinto a lo que estaba acostumbrado, el trato con las personas era más complejo de lo que pensó, las personas eran más parcas a la hora de entablar relaciones y el hecho de ser afrodescendiente resultaba algo muy notorio para la Ibagué de la época, el clima también causó su impacto. En el trabajo las cosas no fueron tan distintas, él, acostumbrado a manejar esos grandes rollos de papel, tuvo que cambiarlos por rollos de tela, eran muchos y más coloridos. Además la gran variedad de telas le representaron dificultad a la hora de aprender los nombres y las características de cada una de ellas. Estuvo a punto de renunciar, de hecho, lo pensó en repetidas ocasiones, solo el aliento que le brindaba su madre cuando se comunicaban, le daba la fuerza necesaria para lograr los objetivos de tener una mejor vida, una más estable.

Milton no la pasaba bien y manifestó sus ganas de irse al gerente de la empresa, este le pidió que se quedara por lo menos un tiempo más, que tratara de adaptarse, dijo que su trabajo era muy valioso en este lugar y lo convenció de no claudicar. Pero el verdadero aliento llegó con la noticia de que su madre pensaba migrar hacia la capital del Tolima. A partir de ahí las cosas empezaron a girar de forma distinta, el ánimo se acrecentó y Milton Mena se establecía de forma permanente en la ciudad que se convirtió en su hogar.

Cuando su madre arribó alzó su voz de disgusto con la manera en que sus hijos se alimentaban, les recriminó por no ser capaces de cocinar y les pidió dinero para salir a comprar alimentos frescos, esos que abundan desde los campos colombianos. Milton preocupado por el desconocimiento de su madre con respecto a la ciudad decidió acompañarla en su labor de conseguir los víveres. Al habitar las laderas del centro de la ciudad, el sitio más idóneo para mercar era la Plaza de La 14. Una vez entraron en este mundo les fue imposible salir. Los colores de las frutas y las verduras les dejaron maravillados, vieron productos de la tierra que no sabían que existían y se encontraron con personas amables que, en su oficio de vender sus mercancías, se dirigían a ellos con palabras de amistad y con gran confianza, como si los conocieran de siempre. Ese fue el comienzo de su relación con aquella plaza de mercado.

Los años pasaron entre el trabajo, amistades, visitas a la plaza y buenos momentos. Milton logró pensionarse de aquella empresa textil y con el dinero que había recibido montó un pequeño negocio, una venta de almojábanas, pandeyucas, hojaldras; ubicó su negocio en un local del centro de la ciudad, en la calle 16 con carrera tercera, cerca de esa mítica plaza de mercado. Laboró en este nuevo oficio por más de dos años, pero su salud se vio interrumpida por una enfermedad. Tuvo que ser operado de una hernia testicular, la cual le impidió seguir realizando labores extenuantes y le causó cierta dificultad en su andar. Camina despacio con la ayuda de un bastón, pero empujado por una alegría particular y una enorme sonrisa que adorna su rostro.

Don Jairo Cataño, originario de Quindío, vendedor de fruta y yuca, es uno de los amigos fieles como Milton, esos amigos que se labran durante años. Cuenta que conoció a este personaje porque venía mucho a la plaza y era muy conversador y «care ponqué con las personas», dice. Capacidad que admira de Milton y considera que él no es capaz de hacer. No confía mucho en las personas, pero con Milton la cosa fue distinta. Desde el mismo instante en que lo conoció y cruzó un tanto de palabras con él, aquel pensamiento de desconfianza sobre él, cambió completamente, se dio cuenta que era una persona humilde que buscaba amistades o que era una persona muy agradable. «Con la gente de la plaza Milton siempre ha tenido una buena relación, les compra, les visita y se ríe con ellos», manifiesta Jairo. Finalmente se convirtieron en amigos de historias, hablan casi a diario y es una compañía complaciente.

«Yo venía a diario a desayunar y almorzar, soy muy amante de la fruta, muy inquieto como buen valluno, recursivo, extrovertido y por eso venía siempre a la plaza a mirar todo y comprar. Así conocí y me hice amigo de todos. Desde mi niñez trabajé en una carnicería en la plaza mi pueblo Zarzal, yo era matarife. Mataba las vacas. Yo me puedo dar el lujo de venir acá sin dinero, hacer mercado completo porque todo mundo me fía, porque todos me tienen confianza y me conocen, aunque eso sí, llega la mesada y ¡tome!, a cada uno les cancelo porque palabra es palabra».

Don Ercenio, tiene 82 años y es uno de los fundadores de la plaza, según Milton es liberal a morir y todos en la plaza lo apodan ‘Convenia’, aun carga bultos con la edad que tiene y no es un problema para él. Ercenio reconoce a Milton como una persona sin pelos en la lengua, como alguien alegre que no le da pena hablar con groserías y reírse de todo… «Es un símbolo de la plaza… tiene esa la lengua caliente, como la de una suegra», dice Ercenio, luego ríe.

Es duro ver cómo deben hacer las personas de la plaza para conseguir lo de su sustento, muchas personas que se levantan a la madrugada para vender sus productos. Seres poseedores de un gran valor humano y eso uno no lo encuentra en cualquier lado, por ejemplo, en un fruver, supermercado o cualquier otro lugar que vendan este tipo de productos, nunca se encontrará el calor humano que caracteriza a cada uno de estos personajes; no solo es este tipo de particularidades, si no la calidad de los productos que manejan. Son excelentes y frescos. Milton expresa que cualquier persona va a comprar en otro lugar y el tipo de pesa que se utiliza en otros establecimientos es bastante irregular «este tipo de gente, a pesar de tener una condición económica baja, es honesta, muy honesta», dice.

Analizando el entorno, piensa que un fenómeno, según el señor Mena, que ha alejado a las personas de la plaza es el «cójanlo, cójanlo», refiriéndose a que a veces es peligroso el sector, haciéndolo una odisea en algunas ocasiones. Cuenta una anécdota en la que «un día necesitaba comprar un queso para hacer los buñuelos y le pedí el favor a Jairo de que me lo comprara porque yo casi no me la iba con el del queso, entonces Jairo fue y haciendo la fila tenía el billete de 20 en la mano, dio papaya… pasó un ratero, lo cogió y salió en pura hp hacia la bajada esa», señalando una empinada calle que conecta el centro de la ciudad con el sur. «Ojalá algún día las personas vuelvan a acoger la plaza con el sentido de pertenencia y cultura ciudadana que poseía anteriormente», dice. Cuenta que antes la plaza era concurrida, más los sábados y domingos, ahora da es tristeza venir un sábado.

Las cadenas de supermercados han ampliado su gama de productos y ofrecen también los productos propios del campo. Sin lugar a dudas, esta situación diezma las ganancias de los comerciantes en las plazas. La competencia es cada vez más dura para estas personas, pero este espacio, sin la necesidad de anuncios rimbombantes o publicidad estridente, se mantiene en pie, erguida viendo como la ciudad crece y soportando las dinámicas normales de una urbe en desarrollo.

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La señora Nancy, una comerciante que desde niña sabe lo que es la vida en la plaza, posee un puesto en el sector conocido como ‘El Sótano’, hace ya bastantes años, celebra las apariciones de don Milton. «Él llega siempre alegre y amable. Yo le ofrezco donde descansar pues no se puede mantener mucho tiempo en pie. Mientras está sentado va pidiendo lo que quiere y se lo vamos llevando al puesto de Jairo… él (Milton), a veces se pone a tomar y es muy amplio con todos los conocidos», dice Nancy.

Don Ómar o ‘Cuarenta’, uno de los grandes comerciantes del lugar, habla de Milton Mena como una gran persona. «Lo más importante es el buen trato con la gente. Milton es alegre y cansón… acá viene a molestarme y no es capaz de comprarme nada… −Se ríe−», dice.

La Plaza de La 14 es uno de esos espacios necesarios dentro de las dinámicas que se encuentran en una sociedad. Es importante el comercio que mueve, las familias que dependen de las actividades que allí hay, que son muchas. Pero La 14 no es solo esto, es mucho más, es casi como otra casa. Comprendo que esto no es fácil de entender, porque hace falta pasar un tiempo acá para poder ver esto. Hace falta vivir la plaza para saber quererla… sino pregúntenle a Milton.


Ralizado por: David Esteban Pérez, estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

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