En busca de la adicción correcta

Por: Daniela Gallego Conde, María Cecilia Murillo Sandoval, Isabella Torres Rodríguez y Valentina Zapata Mora.

«Si realmente lo quieren, nunca es tarde para cambiar». Con esta frase cerró Juan Carlos Bolívar la historia de su vida, aquella que le pedimos contar para lograr usarla como inspiración hacia otros en la producción de este trabajo. Una historia acompañada de drogas, frustración, romance, diversión y mucho deporte, nos brinda el momento ideal para conocer y entender la fuerza dotada para lograr salir hacia delante de Juan Carlos o, como muchos lo llaman desde su infancia, Juancho.

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Juancho en una de sus salidas (Tomada del perfil de Facebook de Juancho, "Boli Bike").

Juancho nació en Ibagué un 6 de julio del año 1991. Su crianza e infancia estuvieron marcadas por el barrio Viveros, una zona de estrato uno y dos en donde pasó varios años de su vida junto a su familia y amigos. Gran parte de los recuerdos sobre su niñez se basan en los malos tratos recibidos en el seno familiar; el principal partícipe de esto, su padre, adicto a las bebidas alcohólicas y con una conducta agresiva, según relata Juan. Por este motivo, se puede decir que Juan no tuvo lo que se consideraría como la vida “normal” de un niño. Sin embargo, pasaron los años y todo en su hogar seguía mal. Su padre propinaba fuertes agresiones tanto a Juancho como a su madre, y generaba problemas de violencia que cada vez se volvían más fuertes. Un día, en medio de una fuerte agresión, Juan, que ya estaba más grande, entendió que debía hacer algo al respecto, pues se cansó del abuso al que los sometía su padre. Por esto, se dirigió a denunciar en la Policía el maltrato cometido. Logró así llegar a términos legales tan estrictos, hasta el punto de solo lograr verse con su padre una vez a la semana.

A pesar de haber resistido tantos años de maltrato por parte de su papá, Juancho no le tiene rencor alguno. Al ser su padre la figura que más influía en su crianza, este siempre le dejó en claro que lo más importante es trabajar y hacerlo bien, un factor que Juancho le rescata a la crianza de su padre incluso cuando vivió estos abusos. Juan comenta que con esto aprendió a valerse por sí mismo en el aspecto económico. Así que mientras los niños de su edad jugaban fútbol en las aceras del barrio, él ayudaba en el taller a su papá.

No obstante, su infancia no se basa únicamente en maltrato y dolor. Juancho recuerda con cariño y nostalgia aquel barrio Viveros en el que creció, una zona formada por cuadras rectas a excepción de la suya, pues era la única inclinada. Contaba con un parque principal y los lotes que utilizaban los jóvenes para jugar al fútbol o al baloncesto. Las casas destacaban con sus tonalidades opacas por culpa de su exposición al sol, y detrás de estas, restos de un bosque acompañado de una quebrada que conectaba al barrio con las casas de los suburbios, las cuales se distinguían por ser aquellas de extrema pobreza.

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Juancho de joven con su familia (Tomada de los archivos de Juancho).

En la remembranza de su juventud, Juancho destaca el haber disfrutado con sus amigos de crianza del barrio. «Salir con ellos a jugar en las cuadras, disfrutar de las festividades y la alegría del momento», sostiene. Pero los instantes más especiales tienen nombre: las “chiquitecas” que realizaban cada sábado sin falta en alguna de las casas de sus amigos, reuniones pequeñas con música y luces navideñas con las que pasaban un buen momento de diversión. Sin embargo, el saber elegir las amistades no siempre fue una de sus mejores virtudes, pues este detalle le trajo fuertes giros en su vida junto a grandes consecuencias. «Ustedes deben saber muy bien cómo elegir sus amistades», es una de las reflexiones que Juancho más reiteró, pues en su vida este factor fue clave, dado que tomó malas decisiones: desde tener peleas callejeras en distintos barrios hasta escaparse constantemente de su casa para consumir sustancias psicoactivas.

Todo inició cuando entró al grado noveno en la Institución Educativa Jorge Eliecer Gaitán, la cual quedaba a 15 minutos de su casa. Él comenta que era un colegio con un ambiente “pesado”, así que quiso elegir amigos que de cierta manera fueran convenientes, que consideró buenos. Una expectativa que no se cumplió. Ellos no aparentaban a simple vista ser «ñeros o gamines». Así lo expresó Juan: «A comparación de los demás compañeros, se veían decentes». Sin embargo, esos amigos no resultaron ser lo que esperaba, pues, aunque aparentemente lucían como niños “juiciosos”, fueron ellos quienes lo influenciaron a consumir drogas.

Juancho comenzó a ir a sus casas para jugar a la consola Play Station. Lo que no sabía era que mientras jugaban también fumaban. Fue así, cuando él los veía fumar, comenzó a sentir curiosidad atraído por sus aparentes rostros risueños que maquillaban la rojez de sus ojos. Cayó en la tentación. Para ocultar esto usaban perfumes para encubrir el olor, y gotas para disimular los ojos rojos. Con el tiempo, Juancho empezó a ir de fiesta cada fin de semana en las que él consumía drogas. Aumentó el gusto de Juancho por las sustancias y comenzó a volverse muy dependiente de ellas. Se convirtió en una adicción.

Las consecuencias en su desempeño académico no se hicieron esperar, perdió el año escolar y lo sacaron del colegio. Aun así, continuó con las amistades de dicha institución educativa. Él siguió yendo a fiestas con sus amigos. Allí comenzaron a surgir peleas, pues los amigos del colegio eran de un barrio llamado Córdoba, y, por otro lado, tenemos sus amigos del barrio Gaitán. Entre ellos no se llevaban bien, por ende, cuando hacían fiestas e iban todos, empezaron a surgir riñas donde había puñetazos y moretones.

Con el paso del tiempo, Juan, a la vez que crecía, aprendía más costumbres negativas que obtenía de las calles. Su madre, Flor Salazar, comenta que él en su adolescencia se volvió «dependiente del consumo de drogas, llegando al punto de convertirse en uno de los expendedores de drogas más reconocidos del barrio».

Juancho inició una etapa donde viajaba por toda Colombia en mulas. Durante estos viajes las sustancias psicoactivas eran protagonistas. Cuenta que la sustancia que más se consumía allí era “el pegante”, también conocida como “bóxer”, aunque él prefería solo fumar marihuana, pues, aunque llegó a probar todo tipo de drogas como el pegante, el bazuco, el éxtasis y variedad de ácidos, decidió no caer en ellas totalmente porque las consideraba demasiado fuertes y las tenía temor.

Este temor hacia dichas sustancias aumentaba cuando en este trayecto tuvo que ver morir a muchos de sus amigos debido a las drogas, pues vio cómo se estrellaban contra las mulas y se caían de estas. Por tanto, bajo los efectos de las drogas, las alucinaciones llenaban sus pensamientos; su mente armaba una película que los llevaba al punto de lastimarse solos, matar a sus compañeros, lanzarse contra las mulas, etc.

Con el pasar del tiempo las cosas no mejoraron. Su madre comenta que ella y la abuela de Juan eran quienes más sufrieron en el proceso, eran ellas quienes le pedían una y otra vez que dejara esas sustancias, puesto que Juan llegó a robar, a dormir en las calles y a temer por su vida. En la entrevista Juan dice que quería dejarlas, pero no podía, le da el crédito y agradecimiento a Dios, ya que dice que fue él quien lo protegió de todo peligro a cada momento.

En su vida también hay un espacio importante para el amor. Consiguió una novia con la cual se fue a vivir. Mientras estaba con ella intentaba trabajar y mejorar como persona. Quería organizarse de nuevo. Aun así, las drogas no se iban de su vida y seguían siendo un problema, un obstáculo para mantener a flote la relación. La pareja al final se separó.

Con 19 años, Juancho decide inscribirse al ejército. Estando allí, los primeros tres meses fueron los más estrictos. Todo el tiempo los superiores estaban pendientes de la conducta de los jóvenes: horarios precisos, llamaban la atención a todo aquel que fumara y otras cosas. A pesar de esto, el tiempo pasaba, siguió fumando y vio muchas cosas fuertes. Juan define su tiempo en el ejército como «la fundación que nunca tuvo», pues podía hacer en este sitio lo que quisiera.

«…Pero, ¿qué pasará con tu vida después de que salgas de ahí?» Esta pregunta le rondaba a Juancho en su etapa en el batallón, ya que, paradójicamente, dice que llegó siendo aún muy inocente al ejército. Se juntó con amistades que de alguna manera lograron monopolizar a los demás, convirtiéndose en aquel grupo que robaba, fumaba y hacía bullying a los demás, solo por diversión. A pesar de haberla pasado bien, Juan se sentía muy juzgado por sus acciones debido a haberse creado una fama de “gamín”. En medio de todo, es en este lugar donde comienza el proceso para dejar las drogas. Juan salió del ejército a las calles y se dio cuenta de lo cansado que estaba de su situación y de tener esa vida. Tanta libertad para fumar en el ejército lo hastió. Otra paradoja. Se propuso a hacer las cosas bien cuando saliera de allí.

Aunque Juan ya estaba decidido a renunciar a la compañía de las drogas, era consciente de que esto no iba a ser un proceso fácil, pero sí necesario: «Perdí oportunidades, perdí personas, perdí amigos… veían que no cambiaba y la gente se iba», reconoce Juan. Su abuela y madre seguían sufriendo por esta situación. Lo veían tan perdido. Juancho tomó el dolor de sus familiares como soporte para salir de su adicción. Le juraba a su abuela Gladys que saldría de eso. Lo lograría por ella, pero nuevamente caía. Lograba durar una semana limpio. Y recaía. Un mes, pero caía. Un día, dos días… y caía de nuevo.

La salida de este círculo vicioso fue paulatina. Juan comenzó a organizarse de nuevo, y poco a poco su vida se acomodaba. Tiempo después de prestar servicio en el batallón, se empeñó en iniciar sus estudios en el SENA. Iba en bicicleta desde su casa hasta la institución. Así cada día. En esta institución, conoció a unos amigos que eran ciclistas avanzados, de los que llevan traje, zapatillas y casco.

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Juancho con sus amigos montando bicicleta (Tomada del perfil de Facebook de Juancho, "Boli Bike")

El siguiente punto de inflexión en la vida de Juan llegó con estas nuevas amistades. Comenzó a juntarse con este grupo de jóvenes ciclistas. Formaban grupos grandes para realizar extensas trayectorias en cicla en distintos ambientes, incluso se permitían salir de la ciudad mediante este ejercicio. En una ocasión, estos jóvenes lo invitaron a montar por primera vez. Juancho, como mucho, tenía una cicla de hierro. Sin embargo, aceptó, y le propusieron subir hasta la Martinica, un destino de nivel bastante alto e inclinado para cualquier deportista novato. Juancho no se arrugó. A pesar de que Juan consideraba que tenía buen físico, sintió que montar en bicicleta en el monte era otro nivel de esfuerzo, ya que él estaba acostumbrado a trances más suaves, como, por ejemplo, la ciclovía.

Lo que no sabían sus compañeros es que durante todo el trayecto Juan estuvo sedado por la marihuana, pues, a pesar de no ser impedimento para terminar el camino, de cierta manera lo ayudó a no sentir el dolor en las piernas y tener un empeño sobresaliente a ojos de los demás integrantes del grupo. Sinceramente, nadie creía que Juancho lograría llegar al destino propuesto, pues la simple idea de que un novato ejecutara el recorrido completo se les hacía imposible. «Nunca se me va a olvidar en mi vida la primera vez que la subí, casi me muero. Con una bicicleta de acero y sin suspensión», declaró Juan. Al ver el buen desempeño que tuvo Juancho este día, fueron sus mismos compañeros de ciclismo quienes lo incitaron a seguir adelante, ya que al ver lo bueno que era en el deporte, lo fomentaron a tomarlo como una disciplina y le regalaron la ropa necesaria para entrenar: un uniforme y sus primeras zapatillas especiales para montar cicla. El interés y el ánimo de sus compañeros le sirvió como inspiración, pues mientras lo motivaban para salir adelante en el deporte le pedían que dejara de consumir drogas para que no se le cerraran puertas. Compró su primer casco en una tienda barata. Lo eligió porque se parecía al de Nairo Quintana. Le quedaba grande, pero fue el más económico que consiguió.

Juancho estaba emocionado con el inicio de esta nueva fase en su vida. Cuando usó el uniforme por primera vez, estaba más que listo para ejecutar todas las rutas que le propusieran. Sin embargo, aún era bastante inexperto, tanto así que creyó que la licra de uniforme se usaba con ropa interior, por lo cual se quemó los muslos y sus partes íntimas, lo que provocó que no pudiera caminar bien durante varios días. En ese entonces, la novatada se pagó al aguantar las burlas de sus compañeros. A Juancho se le notaba su inexperiencia, eso es algo inevitable. Sus acompañantes lo miraban raro por ser peludo, pues los ciclistas no suelen tener mucho vello corporal en las piernas. Por esto debió empezar a depilarse, algo a lo que le costó acostumbrarse debido a la irritación y ciertas infecciones que podían producirse. A pesar de todo, esto no fue impedimento para seguir adelante con su nuevo deporte.

Aunque inició con una bicicleta barata de hierro, Juan comenzó a trabajar haciendo correas con un vecino del barrio para lograr comprar su propia cicla. A pesar de la breve historia con su padre, hay que recordar que fue este quien le enseñó a trabajar y Juan se siente agradecido con él por eso. Todo lo que trabajaba, lo invertía en la bicicleta, y empezó a entusiasmarse en exceso para invertirle dinero cada semana que pudiera.

Mientras Juancho se adentraba más al mundo del ciclismo, mayor era su empeño en dejar de lado su consumo de drogas. Un día llegó muy motivado a contarle a su familia que empezaría a montar bicicleta, estaba más que decidido a tomar en serio su nueva vida deportista. Sin embargo, su familia ya no tenía fe alguna en él, nunca creyeron que en serio podría cambiar la situación de Juancho, y no esperaban mucho de él. No obstante, él les demostró con el tiempo que sí lo lograría.

Entró a un equipo de ciclismo y comenzó a adentrarse tanto a la disciplina del equipo, que de cierta manera se convirtió en su nueva “obsesión”, la cual le permitió ir dejando cada día su apego a las drogas. Se obsesionó con su rendimiento en las competencias y se desesperaba para llegar a la meta hasta el punto de caerse, cometer errores y dañar las bicicletas. Cuando esto último sucedía, él pensaba más en el bienestar de la cicla que en su bien propio. Juancho tenía claro que durante su proceso para dejar las drogas debía tener la mente ocupada. Es por esto que comienza a montar bicicleta y el deporte toma un papel muy importante en su vida.

Su abuelo materno es otro personaje fundamental porque él también era ciclista. Además se dedicaba a arreglar bicicletas en el municipio tolimense de El Espinal. Incluso tenía su propia finca, la cual Juan recuerda con cariño porque juntos iban en bicicleta desde el centro de El Espinal, un recorrido bastante extenso pero motivador para nuestro protagonista.

Juan recuerda cuando su abuelo consiguió una panadera pequeña (bicicleta). Se sentía especial porque nadie más de sus cercanos la tenía. Con la bicicleta panadera, comenzó a dar sus primeras pedaladas. Salía a rodar con sus amigos en ella, incluso en algunas ocasiones la prestaba a escondidas de su abuelo, porque no le gustaba que la prestara.

Poco a poco comenzó a ganarse el apoyo y confianza de su familia. Notaron que el tema del ciclismo era bastante serio, tanto que Juancho logró ganar varias medallas y llegar a ser reconocido en la ciudad de Ibagué. Incluso en una de sus carreras, su equipo tuvo la oportunidad de ser patrocinado por C.P Company y aguardiente Néctar, unas de las empresas comerciales más importantes de la ciudad. Juancho estaba saliendo adelante.

A pesar del cambio que había dado su vida, él aún consumía sustancias psicoactivas en pequeñas cantidades. Un día, durante una competencia, un amigo se le acercó y le dijo algo crucial para la vida de Juancho: «Si usted no deja el vicio, usted no puede llegar a ser alguien en la vida, no solamente en el ciclismo, sino en su vida», recuerda con atino Juan. Después de esto, Juan comenzó a trabajar más en el hecho de dejar las drogas: comenzó a alejarse más de sus amigos de la juventud, quienes lo habían influenciado a caer en tan terrible vicio. A pesar de los comentarios que hacía su familia, amigos y allegados, los cuales decían que no iba a cambiar, que se había vuelto creído y que no iba a lograr lo que se estaba proponiendo, él siguió adelante para demostrarles que sí.

Efectivamente así fue. Pasaba el tiempo y Juan cada vez mejoraba más. Él comenta que le agradece a Dios, pues dice que sin él nada hubiera sido posible. Así, Juan logró abrir un negocio en su ciudad natal, la cual fue testigo del proceso que vivió. Allí empezó a arreglar bicicletas y fue creciendo cada vez más. Pasaron los meses, Juan ya tenía alrededor de 24 años, había logrado dejar las drogas, pues llevaba cerca de dos años sin consumir este tipo de sustancias. Comienza una nueva etapa en su vida, pues ya no estaba ese Juancho con el que comenzamos esta historia. Ahora, estaba el nuevo Juancho, un hombre trabajador, luchador, honesto y deportista, así lo describe también su esposa, quien entra a su vida para vivir junto a él esta nueva etapa.

Viviana Riveros, una mujer de fe y esposa de Juan, cuenta cómo lo conoció en una terminal de transportes. Ella dice que en el momento de escucharlo hablar, le llamó la atención que fuera un hombre deportista y dedicado a lo que hacía. Juancho comenta que en el momento de conocerla vio algo diferente en ella y decidió acercarse más, pues él estaba en busca de una persona que lo ayudara en su trabajo y en su vida, alguien que fuera ese apoyo incondicional que él necesitaba. Ella sin buscarlo, recibió en su vida a este hombre que también sería aquel apoyo que ella necesitaba. Así comienza esta historia, resultado de una fuerte conexión de amor.

Al poco tiempo de conocerse (aproximadamente dos meses), deciden casarse e irse a vivir juntos. La vida de Juancho nuevamente comienza a tener cambios, pues ahora había entrado a su vida una nueva persona que estaba con él cada día, apoyándose mutuamente en cada momento. A su vez, Juancho cuenta que comenzó a cambiar también sus creencias, pues empezó a creer y confiar más en Dios. En esta etapa, llegó una oportunidad que le daría nuevamente un giro a su vida, dado que le ofrecen la oportunidad de ir a vivir a Estados Unidos. Allí se motiva para arrancar con su propio local de bicicletas, al cual decide nombrarlo “Boli bike”. Al principio solo las arreglaba, pero con el tiempo el negocio fue creciendo, tanto así que se le permitió comprar su primera bicicleta profesional, y expandió el local. Ya han pasado dos años desde que vive en Estados Unidos y, actualmente, reside con su esposa en New Jersey. Cuenta que cada día sigue trabajando en su negocio y en poder mejorar su vida.

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Tomada del perfil Facebook de Juancho, "Boli Bike". 

Amistoso, proyectado, amoroso y fiel son solo algunos de los adjetivos con los que su esposa lo describe, y cierra la entrevista dejando un mensaje reflexivo e importante: «Las personas que se sientan identificadas, de cierta manera, que estén pasando por una situación similar, tomen conciencia de qué es lo que quieren para su vida. Nunca es tarde para cambiar, nunca es tarde para hacerlo, es mejor tarde que nunca. Si no puede, busque ayuda. Si no puede, trate de que las personas que no creen en usted y que no creían, vuelvan a hacerlo. Las puertas que se abren son enormes, la abundancia y la bendición también es enorme. Que nadie te diga lo que no puedes hacer, ni que nadie te diga dónde puedes estar o hasta dónde puedes llegar. Solo tú sabes dónde quieres estar, qué quieres hacer o hasta dónde quieres llegar».

 

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