El llanero que se quedó a vivir en Ibagué
«Mi trabajo se adhirió tanto a mi ser que hoy aún ejerzo mucho la pedagogía en el Colegio Inglés»
Llevaba una camisa blanca, pantalones vino tinto y unos zapatos marrones, se sentó en una silla de su oficina y me observó atentamente. Luis Humberto Semma, asesor académico y cofundador del Colegio Inglés, me ofreció tomar asiento. Su oficina es una caseta ubicada al lado de la piscina del colegio. Hay un escritorio lleno de pilas, herramientas, papeles, tornillos, etc. En una repisa se ubican dos pequeñas colecciones de motos y carritos de juguete, más bien versiones en miniatura de los modelos de las grandes marcas como Suzuki, Volkswagen, Chevrolet y BMW. Sobre otra mesa hay un proyecto de física a medio hacer, una profesora quiere hacer una radio sin baterías y él la está ayudando. También, se encuentran un par de libros encima de una cajonera, entre ellos la agenda de la institución que lleva escrito el himno del colegio, creado por el mismo Luis.
Luis Humberto Semma nació el 3 de febrero de 1949 en Acacías, un pueblo a 29 kilómetros de Villavicencio. Vivió allí hasta los doce años, luego, se fue al norte de Cundinamarca a estudiar en la Escuela Normal de Fómeque por tres años, después, continuó sus estudios en el colegio Francisco José de Caldas en Villavicencio hasta los 19 años. A esa misma edad, llegó a Ibagué a terminar sus estudios en la Escuela Normal Superior de varones. Trabajó en el colegio Calasanz en Bogotá y en 1972 se casó con una ibaguereña quien había estudiado en su colegio. En ese mismo año tuvo a su primera hija, luego en 1974 tuvo a la segunda. En Bogotá estudió Técnico de Radio y Televisión, también, hizo un pregrado de Ciencias en la Educación en la Universidad Libre. En 1976, creó su propio taller de reparaciones de radio y televisores en Ibagué. Después, trabajó en la escuela Luisa García del municipio de San Luis y en varios colegios públicos de Ibagué como el Jardín Nacional, sin embargo, se retiró para fundar el Jardín Renacuajo -actualmente Colegio Inglés-, con su esposa.
Gabriela Casanova (G.C.): Situémonos en el año anterior a su mudanza, ¿qué hechos estaban sucediendo en su vida?
Luis Semma (L.S.): Era una época por la que pasamos todos, era adolescente. En octubre del 67 tuve una dificultad académica en un colegio importante en Villavicencio, Francisco José de Caldas. El rector me llamó y me dijo que tenía dos opciones: cancelar matrícula o él me hacía resolución para echarme del colegio, decidí cancelar la matrícula [sic].
Tenía pensado preguntarle sobre el lugar donde había continuado sus estudios, pero se adelantó.
L.S.: Hacia diciembre mi hermano mayor me dijo que en Ibagué estaba el rector de la Normal que había sido maestro de él en la Normal de Manizales. Tenían cierta relación, que si quería él podía llamar y preguntar si era posible que yo siguiera estudiando [sic].
L.S.: Porque había otros paisanos de Acacías, sabía que estaban estudiando en Ibagué [sic].
Luis quiso aclarar que él con su hermano habían viajado a Ibagué antes de establecerse por completo, a finales del año 67. Debían averiguar el alojamiento, la Escuela Normal tenía internado, pero Luis ya había tenido experiencia de vivir en uno (Escuela Normal de Fómeque) y no quería volver a repetirlo. Además, mencionó un detalle que no se le había olvidado nunca, en aquel año en Colombia hubo un terremoto y el colegio donde iba a estudiar tenía fisuras en las paredes a causa del sismo.
G.C.: ¿Qué le impresionó de Ibagué una vez pisó sus calles por primera vez?
L.S.: Varias cosas, me di cuenta que aquí la gente se saludaba de beso, en mi vida había visto eso [sic].
Hubo un silencio para analizar lo que había acabado de decir, luego, nos comenzamos a reír.
G.C.: ¿No era costumbre familiar?
L.S.: No, en mi pueblo no se veía eso jamás [sic].
Una vez las risas pararon mencionó otras cosas que le llamaron la atención en Ibagué.
L.S.: Tuve la opción de caminar en las principales calles del centro. Yo sentía mucho el olor a café fresco, muy delicioso. También, me gustaba caminar por donde iba a vivir. Tenía la opción de vivir donde un señor que había sido compañero de mi papá en Tunja cuando eran integrantes de una banda de músicos en Boyacá. Viví allá por 6 meses, luego me fui con mis amigos paisanos que habían alquilado una casa [sic].
G.C.: ¿Qué diferencias había entre las costumbres culturales y sociales del Llano con las de la ciudad de Ibagué?
Ante mi pregunta, Luis aclaró un par de cosas. Él mencionó que había que separar las experiencias que había vivenciado en Acacías y en Villavicencio.
L.S.: En Acacías no había luz eléctrica sino a partir de las 6 de la tarde hasta las 10 de la noche, el resto de tiempo era con vela. En Villavicencio había una diferencia grande en esa parte y había energía eléctrica. Había más facilidad para empaparse de la música del momento y de las costumbres de la gente. Allá había dos teatros donde uno podía ir a cine. En Acacías, a pesar de haber un teatro, era muy limitado por la economía [sic].
Luego, Luis hizo la comparación entre el Llano -Acacías y Villavicencio- e Ibagué en cuanto a las relaciones sociales y la cultura musical.
L.S.: Al final de mi juventud, cuando yo llegué a Ibagué, había otro tipo de actividades sociales. Aquí había discotecas donde la gente iba a escuchar música por la tarde. Se escuchaban grupos musicales que eran un hit en el momento: Los Corraleros de Majagual, los Golden Boys y Los Black Star, esos grupos de música que yo no tenía ni idea de que existían en mi infancia en Acacías [sic].
G.C.: ¿Experimentó cambios trascendentales al mudarse a Ibagué?
L.S.:Por supuesto, aquí en Ibagué se hablaba mucho de música colombiana, las emisoras ponían pasillos, bambucos, guabinas y conocí el folclor. Venían grupos de danza e intérpretes de música colombiana. Hay otro mundo, uno más folclórico en Ibagué que en Villavicencio y que en Acacías [sic].
G.C.: ¿En qué se diferenciaban culturalmente sus compañeros del colegio Francisco José de Caldas y los compañeros que tuvo en La Escuela Normal Superior?
L.S.: Yo creo que la diferencia más grande eran los gustos musicales. En Villavicencio se escuchaba música mexicana y boleros, en cambio, en Ibagué se escuchaba más la música colombiana. Aun así, la música bailable era igual en ambos lados [sic].
L.S.: También, el vestuario era distinto. Villavicencio y Acacías están a una altitud mucho menor que Ibagué. Allí vestíamos muy 'sport', incluso, caminábamos en cotizas llaneras, con ropa muy vaporosa. En cambio, cuando llegué a Ibagué, en esos años el promedio de la temperatura de la ciudad era de 19 grados, de tal manera que aquí caminábamos con buzo, ruana y saco, a veces con corbata [sic].
G.C.: Su actual esposa es ibaguereña, ¿cómo la conoció?
L.S.: Al año siguiente, en sexto de bachillerato. Por alguna circunstancia que nosotros ignorábamos, algo había pasado el año anterior en el Liceo Nacional, que en esa época era la Escuela Normal femenina, mandaron a ese grupo de mujeres para que estudiaran con nosotros en la Normal de varones, porque no podían estudiar allí. Entonces, ahí fue donde llegó 'eros' y me mandó un flechazo. Poco a poco la fui conquistando y en abril 12 le propuse que fuéramos novios. Luego, en el 72 nos casamos y tuvimos dos hijas [sic].
L.S.: No. Era simplemente completar mi ciclo para ser maestro. Mi propósito de niño era ser un ingeniero mecánico o eléctrico, pero en mi casa me habían dicho que estudiara para ser maestro y que, para cuando estuviera trabajando me costeara mi universidad para ser ingeniero. Así que, al otro día de darnos el grado de maestro, yo tuve suerte de que ese mismo hermano que me había traído para Ibagué era profesor del colegio Calasanz de Bogotá. Me dijo «le tengo puesto», el grado fue un domingo 31 de enero del año 70 y él me dijo que tenía que empezar a trabajar el lunes. Así empecé, con tristeza, con alegría, con un montón de sensaciones encontradas, me fui para Bogotá [sic].
L.S.: No, porque para ser ingenieros teníamos que ser bachilleres. En esa época nosotros no lo éramos, éramos maestros normalistas. Entonces, las materias que estaban en nuestro currículo eran pedagógicas y le quitaban horas a lo que era la física, cálculo y trigonometría. Así que, me tocó ponerme a estudiar un año de noche el bachillerato para poder entrar a la universidad [sic].
G.C.: Entonces, ¿qué pasó?
L.S.: Pasó un año de estudio y me presenté a varias universidades, entre esas, la Universidad Libre, la Nacional, la Inca y en otra que no me acuerdo. En todas pasé, menos en la Nacional. Entonces, empecé a estudiar en la Universidad Libre el primer año. Había plata para el primer año, pero para el segundo no. El decano de la facultad me dijo «pásese a Ciencias de la Educación que vale muchísimo menos y así se puede por lo menos seguir estudiando sus matemáticas»[sic].
Comentó que después, en los últimos dos años que estuvo en Bogotá estudió un Técnico en Electrónica. Al final, recibió el título de Técnico en Radio y Televisión.
G.C.: ¿Cómo utilizó aquel técnico a su favor?
L.S.: ¡Uy! Cuando llegué a Ibagué, después de 6 años de trabajar en Bogotá. Mi suegra me propuso que abriera en su casa un taller de reparación para radio y televisión. Puse mi taller y con eso inicialmente obtuve algunas entradas de poca monta, pero a los 6 meses me salió un empleo con el departamento y me fui a trabajar al campo durante un año en una escuela donde yo era el director y el profesor [sic].
Luis contó que en Bogotá estaba ganando un buen sueldo y a pesar de eso, su familia y él volvieron a Ibagué.
G.C.: ¿Por qué decidió volver a Ibagué?
L.S.: En Bogotá había dificultad en el transporte. A nosotros nos tocaba coger bus a las 6 de la mañana y nos íbamos colgados de las ventanas o del estribo delantero del bus y eso realmente me cansó. También, por la inseguridad que había, hubo una vez que un ladrón tuvo la osadía de raparme un reloj delante de mi esposa y de mis hijas. Preferí coger a mi mujer y a mis hijas y venirnos para Ibagué, que era un pueblo muy tranquilo, no se parece al de hoy. De todas maneras, aquí sigue siendo un buen vividero, un pueblo bonito, pero ya está muy contaminado de inseguridad [sic].
G.C.: ¿Qué otra cosa hace que Ibagué sea distinto a Bogotá?
L.S.: En Bogotá la vida ha sido más costosa que en Ibagué. Además, ellos tenían su forma especial de divertirse, por ejemplo, ir a los teatros como La Castellana, pero con teatros no quiero decir cine, eran presentaciones y actuaciones sobre un escenario. A esa gente le gustaba ir mucho a los restaurantes refinados. En cambio, nosotros teníamos más limitación económica y teníamos que responder por nuestras hijas. En Ibagué las actividades sociales las hacíamos en casa, cuando nos reuníamos en la casa de mi suegra tocábamos música con nuestro círculo de amigos para sacarle gozo a la vida [sic].
G.C.: En cuanto al campo laboral, ¿qué comparación puede establecer entre el colegio Calasanz y los colegios en los que trabajó en Ibagué?
L.S.: El colegio Calasanz era de estrato alto, porque los alumnos en muchas oportunidades le pedían a uno permiso para llamar a la casa para que les mandaran la tarea, mandaban al conductor y no pasaba nada. Era un estrato totalmente diferente al que me tocó trabajar aquí, posteriormente, en el Tolima, que fue en la escuela Luisa García. Entonces, la diferencia fue abismal, yo tener que venir del colegio Calasanz e irme a trabajar a una vereda entre Guamo y Ortega, para mí fue un cambio muy duro. Luego, me trasladaron para Ibagué, me asignaron a la escuela Andrés López de Galarza. Después, me asignaron en el Benjamín Herrera dictando clases de solfeo, y finalmente dicté clases en el Jardín Infantil Nacional. La diferencia entre el colegio de Calasanz y las escuelas donde yo estuve era la capacidad económica, ya que en estas escuelas que pertenecían al Gobierno, los niños no tenían uniformes, iban en condiciones muy diferentes a los niños del Calasanz [sic].
G.C.: Retomando todo lo que me ha dicho hasta ahora, ¿cree que su vida habría sido diferente si se hubiese quedado en Villavicencio?
En su rostro se dibuja una expresión de sorpresa, de inmediato se ríe.
L.S.: Por supuesto. Me favoreció el venirme para acá, el luego irme para Bogotá, poder ser bachiller, poder empezar una carrera en la universidad. Y ya estando en el Calasanz, mi trabajo se adhirió tanto a mi ser que hoy aún ejerzo mucho la pedagogía en el Colegio Inglés [sic].
Aquella respuesta fue el golpe de gracia de la entrevista. Hubo un silencio otra vez, pero diferente al de antes. Así concluyó la entrevista, luego de tan solo unos momentos de recordar aquellos años de juventud.
Realizado por: Gabriela Casanova Semma, estudiante del Programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.