La apuesta por un nuevo todo

«Se puede llegar al punto de perderlo todo. No hablo solo de lo material, sino de la familia, la salud, la tranquilidad. En el momento en que uno está metido en el juego, en las apuestas, no se piensa y si se piensa, se hace con la cabeza caliente»: Luis Humberto Olmos.

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«Lo tenía todo y por querer más, ese todo lo perdí», me dice él mientras se levanta del balde donde estamos sentados conversando sobre los obstáculos que ha tenido en su vida. Se gira, coge sus seis atados de esa fruta verde y cítrica que se encuentra en una esquina de su puesto número 249, en el segundo piso de la ‘Plaza de Mercado de la 14’, y sale por la tercera, Centro de Ibagué, a vender lo que para él hoy lo es todo.

Cada día sin falta, entre las 5:30 a.m., y las 6:00 p.m., la Plaza de Mercado de la 14, primera plaza de mercado que existió en la ciudad, creada desde 1910 y ubicada en la avenida 1ª Sur con calles 14 y 15, se convierte en un escenario cultural y social que nos conecta con el campo y la gastronomía típica. Para la suerte de los clientes, en este lugar se encuentra Luis Humberto Olmos, a quien muchos en la plaza reconocen como ‘El limonero andante’. Él no solo es conocido así en la plaza de mercado, sino también lo llaman de esa forma los clientes que llegan al puesto y a los que distribuye su producto.

A medida que relata su vida, cada una de las piezas va encajando en el rompecabezas de su historia: se trata de un hombre sencillo, trabajador, que aún guarda la elegancia y el porte de una vida lujosa y ambiciosa en un puesto de limones.

Nació un 15 de julio de 1962, en Ibagué, vivió gran parte de su vida en una familia bien acomodada, hijo de Humberto Olmos y Helena Cabiedes, dueños de una ferretería ubicada en Ibagué, Melgar y Honda, que les daba lo suficiente para vivir en la carrera tercera del barrio La Pola. Inició sus estudios primarios en el Colegio Tolimense; luego de perder un sexto de bachillerato, estudió en el Colegio Americano, de Ibagué, donde se graduó a pesar de tener un proceso disciplinario por tres años.

−«En ese colegio no me querían, por todo y por nada me anotaban en el observador. A mí me gustaba jugar póker, mi papá me enseñó. Un día llevé las cartas para jugar con mis amigos y cuando les quité toda la plata del recreo, en ese entonces, al que más le daban eran 500 pesos, se fueron a llorar a coordinación y fue ahí donde me abrieron el proceso disciplinario y me pusieron psicóloga, como si estuviera loco. Sin embargo, nunca dejé de llevar mis cartas, jugaba con los que se resignaran a perder. Hasta que un día una niña chismosa nos vio apostando y cuando veo es que llega el rector a decomisar las cartas y al día siguiente la reunión con mi mamá».

Para describir a Luis Humberto se necesita una persona que sepa cómo es y fue él en todo sentido, tanto en su ámbito laboral como en su entorno de juegos de azar, casinos y bingos; quien mejor para esta labor que su esposa, la señora María Victoria Correal, quien lo describe como un hombre buen mozo, alto, fornido, de sonrisa particular y lo que más le gusta, su espíritu de lucha y fuerza de voluntad, tanto así que fueron esas características las que llamaron su atención cuando lo conoció en el Colegio Americano, donde, con una de sus cartas, le pidió que fuera su novia y desde ahí han llevado una relación llena de obstáculos que, sin embargo, es una de las vivencias que más le agradece a Dios.

Don Luis se describe como un hombre de mil batallas que llevó una vida desordenada, pero ahora, sin importar lo que tenga que hacer, siempre realiza lo que está a su alcance para llevar un sustento diario a su hogar. Ha tenido que pasar por circunstancias difíciles en su vida pues el destino le jugó una mala pasada.

Al morir su padre, cuando tenía 20 años, Luis estaba haciendo sexto semestre de Administración de Negocios Internacionales, así que su mamá lo puso a cargo del negocio familiar junto a ella, y desde ese momento inicio la etapa que ella llama «el infierno».

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−«Al principio todo era perfecto, Luis siempre muy juicioso y responsable, estudiaba y trabaja conmigo, era el encargado de los reportes de cuentas y caja en la ferretería de acá de Ibagué. Honesto, respetuoso y amoroso. Después de un tiempo empezaron a descuadrarse las cuentas y a perderse dinero de la caja, a una madre nunca le parecerá culpable su hijo, pero a los tres reportes de cuentas, decidí dejarle una trampa. Como en la caja no teníamos cámara porque era el puesto de Humberto y luego pasó a ser el de Luis, instalé una cámara escondida y fue entonces cuando descubrí que Luis estaba robando a su familia y lo que es peor, lo hacía para gastarlo en trago y en juegos».

Desde ese día Luis empezó a faltar a clase por ir a jugar, su novia lo dejó porque se la pasaba con sus amigos en los casinos y en la discoteca ‘Los Cuervos’, ubicada en ese entonces por la carrera quinta. Le pedía dinero a su mamá para las prácticas de la universidad, libros, trabajos que mandaba a hacer, pero jamás utilizaba el dinero para eso. Apenas recibía la plata, se iba directamente a jugarla.

−«Una vida desordenada, adicción al juego y al alcohol, falta de estrategias financieras y el exceso de ambición han sido las razones que lo llevaron a perder todo, de un día para otro. Él es un bendecido de Dios, lo tuvo todo, dinero, salud, amor y familia ¿qué mas podía pedir?, pero nunca lo supo aprovechar. No terminó sus estudios, quedó en séptimo semestre, ni siquiera con mi apoyo, cuando volvimos a estar juntos, quiso retomar su camino. Gracias al dinero que ganó apostando, pudo comprar su apartamento, pero pensó que viviría de eso toda la vida. Estaba equivocado», expresa Helena Cabiedes.

Fueron tres puntos los que cambiaron la vida de Luis Humberto Olmos aquel sábado 12 de agosto de 1997, a las 10:15 p.m. Los astros se alinearon para que consiguiera 21 puntos en tres partidas, con dos y tres cartas, pero su suerte lo abandonó cuando decidió apostar lo que había ganado, haciéndolo perder cuando pidió su cuarta carta, dilapidando automáticamente la apuesta y haciendo que el crupier retirara las cartas. Sin embargo, siguió apostando y apostando hasta que perdió su reloj y desocupó sus dos únicas cuentas.

− ¿Por qué apostarlo todo?

−Me mira con rabia y responde con voz amarga, «por la ambición y el orgullo, mi suerte me había acompañado en toda la noche, y justo cuando aposté lo que había ganado, perdí. No me limité a seguir jugando y apostando, quería mi dinero de vuelta y dejar en limpio a los demás jugadores».

− ¿Se puede llegar al punto de desocupar las cuentas y apostar su reloj más caro?

−«Se puede llegar al punto de perderlo todo. No hablo solo de lo material, sino de la familia, la salud, la tranquilidad. En el momento en que uno está metido en el juego, en las apuestas, no se piensa y si se piensa, se hace con la cabeza caliente. Para mí, el reloj más caro que tenía porque fue el que me regaló Victoria, en ese momento no me importó ponerlo, no pensé que lo iba a perder, y las dos cuentas bancarias, no recuerdo bien cuánto tenía pero me valió cinco desocuparlas. Uno jamás se llega a imaginar la derrota y menos cuando se ha perdido tantas veces, siempre se tiene la esperanza».

− ¿Qué pasó con lo demás?

−«Como la plata que tenía la conseguí de apuestas, bingos y casinos, no tenía un trabajo, una mensualidad estable. La plata restante se fue en los recibos y más apuestas. A mi mamá la fui perdiendo poco a poco». −Luis hace una pausa, por su ojo derecho comienza a salir, con mucha dureza, una lágrima. −«Hablar de mi mamá es difícil, no supe valorarla y hoy en día sigo arrepentido por tanto daño que le hice pasar. Mi novia tuvo toda la razón al dejarme, no tenía que estar aguantándose a un hombre de pensamiento tan pobre como yo. Mi tranquilidad se perdió cuando me di cuenta que lo estaba perdiendo todo, que tenía que durar días sin comer porque la vergüenza no me daba para ir donde mamá, que no podía hablarle a Victoria porque sentía que por mi culpa todo se acabó».

−«A Luis siempre le gustó —hace una pausa, piensa y sigue—, le gusta el mundo del juego y las apuestas —lo dice con tono burlón—, ya no tanto como antes, siempre me dice que esta segunda oportunidad que le dio Dios no va a desaprovecharla y claro, lo apoyo, porque usted no me va a creer, niña, él quedó en la ruina por andar detrás de la plata, por la ambición. Después de que deshonró a su familia, aún así, su mamá estuvo ahí para él cuando decide volver». − ¿Y su novia? « ¡Vaya novia la que consiguió!, estuvo ahí para cuando él la necesitó, como la comadre, pocas», afirma Miguel Salas.

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El hombre que por sus días gloriosos alcanzó a opacar la fama que tenía entre sus amigos, en especial Adrián Mateos, hoy solo conserva de sus juegos unas cartas de póker viejas, dobladas, manchadas, desgastadas. ¿Dónde estarán ahora esos millones y artículos de valor?, quizá puestos en otra mesa de póker, bajo el poder de un suertudo que tal vez, después de ganar tres partidas, se le acabe la suerte y termine vacío. Una familia amorosa y respetada es lo que lo acompaña ahora, además de una vida de aventuras y experiencias dolorosamente incomprensibles que nutren su alma para salir adelante con la segunda oportunidad que le dejó el todo poderoso, como él lo llama.

A sus 57 años, Luis Humberto confiesa que nunca más volvió a jugar veintiuna, sus días ahora transcurren cargando sus seis bolsitas de limones en su hombro izquierdo, vendiéndolos por la carrera tercera, de la ciudad de Ibagué, pues dice que en la plaza no hay mucho movimiento y prefiriere salir a caminar para alcanzar a llevar comida a su casa y poder pagar los ‘gota a gota’ diarios que llegan al puesto #249. «Ese puesto, esa segunda oportunidad».


Ralizado por: Lina Fernanda Forero, estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

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