El optimismo como promesa vacía

Por:  William Rendón

El discurso del optimismo exacerbado, el mantra de la superación personal y las narrativas de la autoayuda, han calado de manera concreta en la cultura, sin embargo, no deja de ser una ilusión más del capitalismo neoliberal para invisibilizar el marco de realidades altamente complejas y desigualdades que nos preceden.

El optimismo exacerbado no es más que un espejismo efecto placebo, que pregona de forma descarada la idea de que con un poco de “esfuerzo personal”, “actitud positiva” y una dosis de “buena energía”, cualquier desafío, no es más que un simple escalón en la carrera hacia el éxito.

Siguiendo los postulados del filósofo y escritor Mark Fisher, el realismo capitalista es el marco ideológico en el cual vivimos y nos relacionamos, además, “permea todas las áreas de la experiencia contemporánea, cubriendo el horizonte de lo pensable y obturando la capacidad de imaginar un nuevo escenario cultural y sociopolítico.”(Fisher, 2009), en ese sentido, uno de principales mecanismos de acción ideológica, es el optimismo exacerbado, o lo que Fisher retomará como ‘Voluntarismo Mágico’.

El voluntarismo mágico, hace referencia a la idea de que, a través de un esfuerzo individual y el cambio de mentalidad, las circunstancias de las personas se pueden modificar independientemente de las condiciones económicas, sociales, históricas, políticas, territoriales o culturales que las afectan; “Terapias como la de la conducta cognitiva combinan el foco en la infancia (a la manera del psicoanálisis) con la idea propia de la autoayuda de que los individuos pueden convertirse en los amos de su propio destino” (Fisher, 2009).

Dicha propagación de voluntarismo mágico ha sido un factor determinante para la implantación y eventual éxito del neoliberalismo, “Incluso, podríamos decir que este voluntarismo constituye algo así como la ideología espontánea de nuestra época.” (Fisher, 2009), ya que, por medio de la individualización de las problemáticas sociales, se evita a toda costa el accionar estatal hacia la intervención de fenómenos estructurales; no en vano, la política tradicional colombiana ha alegado siempre “a Colombia la está matando la pereza” seguido de “el pobre es pobre porque quiere”.

El discurso de la actitud positiva, por supuesto, va ligada a la oferta de la felicidad capitalista de consumo, “existe una multitud de emprendedores que ofrecen la felicidad ya mismo, en pocos pasos” (Fisher, 2009), una felicidad por demás deshabitada, que atiende a un formato estandarizado de realismo claramente falaz.

Finalmente, considero que esta clase de optimismo no es más que una promesa vacía, pueril, e ingenua, una falacia que oculta realidades sociales complejas. Bajo el famoso eslogan de “trabajar cada día más duro y soñar en grande” se esconde que en esta competencia hacia el “éxito”, solo unos pocos consiguen ganar, mientras el resto, parece quedar atrapado en una rueda de estrés, frustración y culpa. En ese sentido, el voluntarismo mágico, lejos de ser un motor de transformación, se convierte en una suerte de opio que adormece, autoenajena, nos divide, y, sobre todo, imposibilita cualquier potencial critica consiente y alternativa, que permita tomar una posición de transformación social real.

 

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