Creé mi hogar lejos del hogar

Por: Alison Camila Portillo

"Alis, no le había contestado porque estaba haciendo un pedido por Shein para que alcancen a llegar las cosas para decorar Halloween porque toca tener la casa bonita". Dijo mi tía Carolina en una llamada desde Miami hasta Ibagué, una ciudad pequeña donde normalmente, si hay que comprar algo, la caminata por toda la Tercera no falla.

Del pueblo a la ciudad y de la ciudad a otro país. Así ha sido el rumbo de Carolina Guzmán, hija de Hernando Guzmán y Nieves Bustos, quienes criaron a sus hijos en Gualanday, un corregimiento a 30 minutos de Ibagué. El río detrás de la casa, los niños subidos en los árboles de mamoncillos y las familias grandes eran lo que la rodeaba, además de sus dos hermanos Karen y Daniel. "La vida en el pueblo es fea, pero muy chévere a la vez. Yo mantenía en la calle, no haciendo nada malo, pero sí disfruté mucho vivir allá, a pesar de todo". Ella es la mayor de tres hermanos. Estudió en la Escuela rural mixta de Gualanday a la que se iba a pie con sus hermanos, las picaditas y las limonadas eran su merienda no favorita, pero al menos comía algo.

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 Carolina viene de una familia en la que las reuniones de cumpleaños duran toda la noche y al otro día tocaba sancocho al lado del río. Esas familias en las que se reúnen los nietos con los abuelos y los papás se tiran los pasos prohibidos. Es una familia que por su número podría conformar un equipo de fútbol con suplentes incluidos. "La negra", así le dice su padre, cursó hasta quinto grado en la escuela rural mixta Gualanday. Nieves y Hernando tuvieron que emigrar hacia Ibagué, buscando una mejor vida. Aunque la ciudad los recibió en un lote sin gas, sin luz, sin agua, una nueva travesía llegaba a esta familia. Hernando descargaba bultos en la plaza; no era el trabajo soñado, pero la fuerza del hambre resiste lo que los brazos no aguantan. Entre el sube y baja de comida ajena, algún banano llevaba para la cena.

Vivían en el barrio Ciudadela Simón Bolívar. La ciudad y el barrio no fueron sinónimos de felicidad para esta familia por un buen tiempo. Todos se sostenían con la comida que Hernando podía traerse de la plaza. Cinco bocas para alimentar eran su desafío diario. Hernando, para que sus hijos estuvieran entretenidos, compró una TV de segunda y tomó prestada señal de los vecinos, aunque ellos no se dieran cuenta. Carolina, por ser la mayor, era la segunda mamá de esa casa. Sin muebles, comedor y solo dos camas, Carolina a sus 11 años quiso irse de su casa. Recordó que ver los cuentos de los hermanos Grimm era el pasatiempo favorito de los hermanos Guzmán Bustos. "Los lujos para nosotros eran ese pedazo de televisor, la cama y la comida que le regalaban a mi papá en la plaza", dijo Carolina mientras terminaba de revisar su pedido de Shein y DisneyPlus de fondo. Ahora los tres están viviendo costumbres diferentes, Daniel en España, Karen en Colombia y ella en Estados Unidos, pero todos siguen buscando a los Hermanos Grimm por YouTube.

“Bésame en tiempo de Vals

Un, dos, tres, un, dos, tres, sin parar de bailar

Haz que este tiempo de Vals

Un, dos, tres, un, dos, tres, no termine jamás” - Chayanne

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 Un vestido hecho por la tía costurera, toda la casa llena de familiares y compañeros del colegio Santofimio y su primer amor al lado, hicieron parte de los 15 años más planeados de la familia, pues era la primera hija, nieta, sobrina y prima. Carlos Sierra era su vecino. Vivían frente a frente, Carlos de 17 y ella primaveral; un año más y esto se volvía ilegal. Un vestido blanco corto, peinado de moda de aquellos 90’s y unos tacones que probablemente ya no existen, ameritaba reunir a toda la familia en la sala de la casa y Carlos ya hacía parte de ella. La fiesta siguió; los tíos repartían cerveza, los niños creaban un tetris para poder dormir y las tías en la cocina servían arroz con pollo para la cena.

A la mayoría de edad, “la negra" se fue de su hogar. Dejó de vivir con sus papás y sus hermanos para vivir con la familia de "siera" (ese era el apodo de Carlos); así le dicen de cariño aún. "Vivir con la suegra puede ser una de las peores cosas que el humano puede hacer". Susurró Carolina al celular para que Carlos no escuchara. Salió de un encierro a otro peor. La familia de "siera" recibió a caro.

La única con peros era la suegra, raro si no. Durante casi 7 años “Caro” vivió con las hermanas y la madre de su novio. En el 2008 estaba esperando una mini negra. Eileen Mariana nació el 26 de abril del 2009, y claro que ya era mucha gente para una casa de dos habitaciones. La familia de 9 personas se fue independizando y en el barrio El Pedregal, tres y una en la panza llegaron a organizar el cuarto de la bebé. Aunque Mariana no fue la primera nieta, sobrina o prima, fue la primera de ambas familias en tener su propio cuarto.

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No se trata de una competencia de cuál es la mejor fiesta, pero si lo fuera, Mariana siempre ganaría. Desde su nacimiento, Carolina y Carlos se dedicaron a darle lo que para ellos fue en su momento un sueño: un hogar lleno de estabilidad, y momentos para una fotografía en su álbum. Sin embargo, la promesa de un futuro mejor los llevó a perseguir el sueño americano, aun cuando su vida en Colombia parecía estable. Carlos emigró primero, trabajando en Estados Unidos, limpiando baños de hospitales y podando césped de los jardines americanos. Finalmente, en 2018, la familia completa dejó atrás su vida en Colombia para empezar en Miami. Aunque la vida sigue siendo difícil, encuentran consuelo en las melodías de su tierra mientras hablan del sueño que están alcanzando y lo que muchos persiguen: una vida mejor, aunque lejos de casa.

La decisión de Carlos de casarse con otra mujer en Estados Unidos fue lo que les permitió obtener la residencia y reunir a su verdadera familia en un nuevo país. Hoy en día, los tres son residentes de un lugar que no es el suyo. Las playas de Miami han reemplazado el paisaje familiar, y Mariana vive su adolescencia como una típica estudiante de Disney High School. Mientras tanto, Carolina trabaja en dos empleos y Carlos en tres. La vida en Estados Unidos no es tan sencilla como la pintan. Es igual de complicada que en Colombia, pero con la diferencia de una mayor comodidad y la garantía de cubrir las necesidades básicas.

Carlos lo expresa de manera sincera: "Aquí la plata se ve, o bueno, tener una casa aquí es como vivir en un estrato 5 en Colombia". Aunque no son ricos ni están cerca de serlo, han encontrado un equilibrio que les permite vivir y tener tiempo de calidad familiar. Carolina, desde Estados Unidos, añade en la videollamada: "No somos ricos, pero con lo básico de aquí estamos bien. A pesar de las crisis, el cansancio, y esas noches en las que el agotamiento parece insoportable, saben que cada sacrificio vale la pena.

El sueño americano es una aspiración compartida por muchos, no solo por la promesa de posesiones materiales, sino por la esperanza de construir un futuro sólido para la familia, incluso si eso implica estar lejos de casa. Es un sueño que, aunque arduo y a menudo solitario, tiene un propósito profundo y transformador. Carlos y Carolina dejaron atrás la estabilidad en su país para embarcarse en una vida de esfuerzo constante, incluso realizando trabajos que jamás imaginaron, pero siempre con la convicción de que cada paso los acerca a un futuro más digno y prometedor, al menos no en un lote sin gas, agua y luz. "Colombia, tierra querida, algún día volveremos y lo primero que voy a hacer es invitarlos a comer tamal a todos", dijo mi tía mientras cenaba ensalada de pollo con maní y agua.

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