Destino: Desierto de la Tatacoa

“Es majestuoso, este lugar brinda muchísima tranquilidad y poder hacer actividades tan bonitas como estas junto con mi familia es perfecto, porque nunca habíamos hecho algo igual, es como dejar nuestra huella en este valle, así como todas las personas que han venido y han dejado sus deseos en estas rocas”. Carlo Gualtero.
 Por: María Paula López Montaña.

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Un recorrido que inicia en el municipio de Saldaña a las 4: 30 de la mañana, luego Concordia, Castilla, San Miguel, Natagaima, Guayaquil, Cruce de Velú, Pueblo Nuevo y Villa Vieja. 105 kilómetros son los que hay que recorrer para llegar hasta el Desierto de la Tatacoa o Valle de las Tristezas, la segunda zona desértica más grande de Colombia después de la península de la Guajira. Durante el viaje, se pueden observar llanuras inmensas y paisajes espléndidos bañados por el sol de la mañana. Desde Natagaima se empiezan a ver los puestos de artesanías de toda clase a orillas de la carretera, son pocas las personas que detienen sus vehículos para observar las creaciones de las artesanas, tal vez porque solo se dedican a seguir su camino y llegar al desierto, cansados por las horas de viaje muchos duermen y no se dan cuenta de lo que hay en el camino por donde transitan. Los que se detiene lo hacen para llevar un detalle como recuerdo, nadie se toma el tiempo de llegar y conocer un poco sobre las labores y las historias que hay detrás de cada pieza elaborada. 

P Lopez D Tatacoa 8Al llegar a Villa Vieja se tiene que transitar por una carretera destapada y aunque son solo 50 kilómetros hasta llegar al desierto, este recorrido tarda más de 3 horas debido al estado de la vía, el calor empieza a hacerse cada vez más fuerte, son 39°C los que acompañan el fuerte sol y la oleada de viento que golpea mientras se camina por el lugar, muchos de los turistas cubren sus rostros para no quemarse pues dicen que el viento es tan caliente que sienten arder su cara. Es como si el tiempo de detuviera, se siente paz y tranquilidad, como si la vida fuera más despacio. Comprende una extensión de 330 kilómetros cuadrados, el sendero está cubierto por millones de cactus que son admirados por los turistas, actualmente son 5 tipos de cactus: “Cardón”, “cabeza de negro”, “arepo o pelá”, “el candelabro” y “Micky Mouse”, todos se van en el recuerdo de las fotografías que los visitantes les toman fascinados por tanta diversidad que precisamente es la única diferencia de este desierto a los demás, pues no es desierto en su totalidad, sino un bosque seco tropical, por la vegetación que allí crece.

En época de Semana Santa son muchos los turistas que llegan a conocer el lugar, en familia o en pareja, en moto, carro o en buses de turismo que llegan de cualquier parte cargados con más de 25 personas. Incluso extranjeros se ven por ahí entre los laberintos de rocas o sentados en la arena roja bebiendo un refresco para calmar el sofocante clima. Otros preguntan dónde queda la piscina más cercana o donde se pueden encontrar los caballos alquilados para realizar los recorridos o tomando fotografías del paisaje, en especial y en donde se concentran más personas, en El Valle de los Sueños, llamado así porque allí miles de personas llegan a pedir sus deseos y de manera representativa toman unas cuantas rocas, una por deseo y luego las organizan una encima de la otra formando una columna estable que permanece allí como recuerdo de sus peticiones y de su visita al desierto.

Carlos Gualtero es de la ciudad de Ibagué y es su primera visita al desierto, “es majestuoso, este lugar brinda muchísima tranquilidad y poder hacer actividades tan bonitas como estas junto con mi familia es perfecto, porque nunca habíamos hecho algo igual, es como dejar nuestra huella en este valle, así como todas las personas que han venido y han dejado sus deseos en estas rocas”. Algo particular son los colores que tiene la tierra, estos valles se dividen en gris y rojo. La arena en diferentes sectores del desierto cambia su tonalidad, es como si hubiese dos lugares distintos en uno. En la parte gris solo le pueden ver rocas y formaciones en la tierra con algo de vegetación, mientras que en la zona roja el paisaje es totalmente diferente, los 5 tipos de cactus solo se encuentran en esta zona, las formaciones en la tierra son mucho más notorias por la variedad de tonalidades en rojo, no hay rocas y el clima cambia, es mucho más fresco, a esto se le atribuye el hecho de que sea la zona del comercio.

Seguimos en la caminata y alrededor se puede observar la misma escena, turistas reunidos en un punto estratégico con un orientador turístico tomando fotografías y escuchando la historia del Desierto de la Tatacoa, nosotros también vamos con un guía, Camilo Cleves Gonzales, a quién le pregunto ¿qué más se puede encontrar allí?, no solo el mismo cuadro que veía a mi alrededor, ¿qué hay más allá de lo turístico en este lugar? Entre risas me responde: “siempre me dedico a guiar la gente, contarles la historia, el por qué el nombre del Desierto de la Tatacoa, llevarlos a las piscinas o a conocer los diferentes valles, ese es mi trabajo, pero no sé qué responderle, como le digo, no me habían preguntado eso”.

 

Llegando al restaurante donde se supone que íbamos a almorzar aparece un señor a saludarlo con un abrazo tan fuerte como si hace años no lo hubiese visto. Lo presenta como su tío, Marco Antonio Cleves de 40 años quién responde a mi inquietud de saber que más se encuentra en el desierto, cuenta que el turismo no es el trabajo principal de los habitantes del desierto, el trabajo con cabras ha sido la fuente principal de economía y alimento de las familias que allí viven. 

Marco Antonio es sobrino de la famosa Reina del desierto, la primera mujer en habitar el lugar y desde hace 23 años trabaja con lo que menciona es la fuente de economía en el Desierto de la Tatacoa, la crianza de las Cabras. Este animal según don Antonio les proporciona todo lo necesario pues de él venden absolutamente todo y las ganancias son muy buenas, en su casa los cría hasta que están del tamaño correcto para ser vendidos, además de esto se encarga de proporcionarle la leche diría a las vendedoras de cocadas para la elaboración de sus productos. 

 

Su familia además de ser la primera en habitar el Desierto, es la más grande pues en la casa de los Cleves viven 21 personas entre sobrinos, primos y nietos, los más pequeños van al colegio a superarse pues dicen que cuando sean grandes solo quieren ayudar a sus padres para poder irse a vivir a la ciudad y sacarlos del trabajo, mientras que los más grandes, hombres y mujeres se levantan desde muy temprano a laborar. Unos se encargan de recolectar la leche, otros los alimentan y limpian los corrales, los sacan a pastar y don Antonio junto con su esposa se encargan de matar el animal, dividir lo en partes para venderlo y por último separar el cuero para aprovechar el sol de la tarde y que este se seque extendido para venderlo también. “Todo el animal es aprovechado, aquí nada se pierde, hasta la sangre sirve para hacerle las rellenas a mis nietos, es lo que más comen” asegura Marco Antonio.

El sol empieza a esconderse, seguimos caminando hasta la salida de su casa y mientras los visitantes hacen fila para disfrutar de la última fase de su tour por el desierto (ver estrellas) me dispongo a beber un vaso de leche que un comerciante me ofrece, confieso que nunca la había probado pero es que un visitante no puede marcharse sin antes tomarse un vaso, mientras degusto pienso en que toda esa historia y trabajo realizado por Marco Antonio Cleves y su familia se encuentra allí, en un vaso de leche de cabra.


 Por: María Paula López Montaña. Estudiante Programa Comunicación Social y Periodismo. Universidad de Ibagué.  

 

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