Café oscuro, gorditas y huevos divorciados…

 « ¿Ha escuchado cuando están remodelando alguna estructura? Que son solo martillazos, que tienen pausas y piensas que se acaba, pero luego sigue y es cada vez más fuerte… Pues bien, eso es lo que yo escuché todas las noches durante un año completo de mi infancia, solo que mi padre era el obrero y mi madre la obra. Yo solo me quedaba en mi cuarto llorando mientras comía ‘gorditas’»

AnaTriana 6

Una mujer de estatura promedio, piel morena y un cabello negro, más negro que el betún, con una tula Wayúu se dirige a la mesa en donde me encuentro. Llega justo a las 4:00 p.m., a una cita que se había programado hacía un tiempo atrás. Allí estábamos, en la carrera 17 con calle cuarta, en el centro de Ibagué, más exactamente en el ‘Café Lucy’, tomándonos un tinto en busca de iniciar la conversación.

– « ¿Nos demoraremos? Me gustaría hablar en un lugar más privado y, esta vez, sí se puede grabar, pero no todo».

– Quizás un poco, pero tampoco abusaré de su tiempo.

– « ¿Qué quieres saber? »

– Primero quisiera que me contara un poco de usted…

Don Juan califica sus primeros años de vida como «perfectos», sin embargo, en 2004, cuando tenía seis años, comienzan las dificultades con sus padres; «mi día a día siempre estaba lleno de alegría. Desde que me despertaba, mi mamá me hacía el desayuno, antes de irme a la escuela, y comíamos todo juntos en la mesa».

– ¿Quiénes son todos?

– «Mi apá, mi amá y yo».

– ¿Variaban el menú del desayuno?

– «No. Siempre era el mismo. Café oscuro, gorditas y huevos divorciados. Eso sí, todo con su picante, menos el café, claro».

Gorditas, una palabra que quedó resonando en mi cabeza, en ese momento haciéndome alusión a un típico burrito.

 ¿Gorditas? 

– «Ustedes aquí en Colombia comen gorditas sin saberlo».

– ¿Chicharrones? ¿Morcillas? ¿Chorizos?

Me interrumpe mientras me cuestiono.

– «Mejor le sigo contando. Mis padres siempre me llevaban al preescolar, ya que no confiaban en los transportes escolares. En el 2003 termino el preescolar para pasar a la básica primaria. En varias partes del país, antes de la primaria los años escolares no son mixtos, es hasta transición que comienzan los grados mixtos. Ese cambio para mí fue muy duro. Ahí fue cuando me di cuenta de que el famoso “bullying sí existe. “La Donjuan”, “entonces ¿eres el o la?” Eran algunas de las cosas que me decían burlándose de mi apellido».

 

AnaTriana 4

Para el 2004, los problemas con sus padres ya habían tomado fuerza, «¿ha escuchado cuando están remodelando alguna estructura? Que son solo martillazos, que tienen pausas y piensas que se acaba, pero luego sigue y es cada vez más fuerte… Pues bien, eso es lo que yo escuché todas las noches durante un año completo de mi infancia, solo que mi padre era el obrero y mi madre la obra. Yo sólo me quedaba en mi cuarto llorando mientras comía gorditas. Era algo inquietante para mí, con tan solo seis años ya podía entender lo que estaba sucediendo, así mi madre me haya dicho que eso era “normal”. Todo cambió, fue como un vaivén de cosas negativas para mi familia. Ya no había desayunos juntos, mi padre prácticamente se la pasaba en la calle y mi madre llorando... ».

Toma un sorbo de café con sabor a desahogo y continúa. 

– «Todo esto terminó hasta que se divorciaron a inicios del 2005 y ahí todo se vino abajo». —Lo dice mirando al suelo con tristeza. 

Todo lo que decía, al parecer tocaba las fibras más profundas de un pasado oscuro, un pasado que es difícil de olvidar.

– ¿Qué quiere decir con que todo se vino abajo?

– «Pues desde eso, nada es lo mismo, para mis padres fue sencillo reinventarse. A los pocos meses, mi padre ya estaba con otra persona y mi madre había conocido un colombiano por internet». Lo dice en tono rencoroso, por lo que mi curiosidad aumentó y no pude disimular con mis gestos.

– «Sí, yo de usted también estaría haciendo esa cara».

AnaTriana 8

– «Órale, no mames, esta gordita está bien pinche rica». Piensa Brenda Pacheco Donjuan mientras prueba uno de los platos más típicos de la gastronomía colombiana, la arepa rellena».

Los sueños quedaron atrás en un México que pasó de serlo todo a convertirse en un pasado, a raíz de que Gloria Donjuan, madre de Brenda, siguiera los pasos del amor al país cafetero.

– «Cuando aterricé aquí, fue que entró la nostalgia, ya estaba aquí, ya no tenía vuelta atrás. Duré un mes enojada con mi madre, al inicio yo me repetía “ella solo está pensando en ella, en México no dejó nada y yo lo dejé todo”. Duramos seis meses en Bogotá, mi amá no conseguía trabajo y Henry, su novio, no pasaba ni una sola hoja de vida; con decirle que pasaba más yo que él. Se resignaron y comenzaron a buscar otra ciudad para mudarnos y escucharon de Ibagué ‘el mero vividero’. Henry dijo que aquí conseguiríamos trabajo y no fue así».

No pude evitar sonreír al escuchar su expresión acerca de Ibagué.

– ¿Entonces cree que lo de ‘el mero vividero’ es solo un decir?

– « —Ríe— Pues si lo coloca así, sí. Siendo muy sincera, no me ha gustado esta ciudad. Lo que sí le puedo aceptar es que tienen unas gorditas muy buenas. Pero ahora tienen las mejores, las de mi jefa. Aquí las gorditas tienen mucho condimento y ninguno de ellos trae picante. Pienso que ese es uno de los factores que enamoran de las gorditas, que a pesar de que no tenga mucho condimento, con su picante es suficiente».

– ¿Su madre cocina gorditas?

Termina su último sorbo de café y le pide otro a la señora Lucy, en señal de que ya estaba más a gusto con esta parte de la historia. 

– «Como le decía, aquí lo de vividero era para los taitas. A mi amá le tocó rebuscarse el trabajo, así que cogió la receta de gorditas de mi abuela y comenzó a prepararlas. Las primeras yo no las quise ni probar, solo recordaba cuando estaba encerrada en mi cuarto mientras mis padres discutían. Cuando le fue cogiendo el hilo al tejido y le salieron más ricas y, mejor aún, diferentes, pude volver a comerlas. Ya no eran las gorditas de cuando tenía seis años. Ahora era las gorditas de 22 años. Ya no era la misma Brendy que las estaba comiendo».

AnaTriana 2

– ¿Y cómo les ha ido desde entonces?

– «En cuanto a la economía, muchísimo mejor».

– ¿A qué se refiere cuando hace énfasis en la economía?

– «La relación con Henry no mejoraba, iba de mal en peor, no puedo tolerar que mi madre sea la única que trabaje y se haya venido para Colombia a sostener todo un hogar, ella sola».

Ya iba la mitad del segundo café, me sorprendía que no le molestara que se pusiera frío. Mientras ella llevaba dos cafés, yo llevaba cuatro. Entre mis pensamientos, ella comenta al respecto.

– «Usted es la prueba de que Colombia no solo es un país cafetero, sino que su gente también lo es».

Yo río y la dejo continuar.

– «Pero, así como usted se puede tomar el doble de numero de cafés, yo puedo comerme el doble en gorditas bien picantes. Es más, le puedo poner a todo picante. He notado que aquí las gorditas son una comida más urbana, allá también, claro, pero también hay restaurantes de clase alta especializados en gorditas y tortillas».

– ¿Dónde vende su madre las gorditas?

– «Mi madre tiene un puesto pequeño en la carrera primera con calle 12. Sin embargo, algunas veces, vende al frente de la casa para obtener mejores ingresos».

– ¿Usted cómo hace para no caer en tentación?

– « Guey, no te puedo negar que, con tan solo el olor, se me hace agua la boca. Si pudiera me las comería todas, pero no caigo en esa tentación porque sé que es lo único que tiene mi jefa para vender».

Sin duda alguna, para Brenda, las gorditas era mucho más que una comida.

– ¿Cómo cree que la han marcado las arepas rellenas en su vida?

– «Las gorditas me han acompañado desde que tengo memoria, siempre estaban en un desayuno, en unas onces, en la cena, prácticamente en todos los momentos en familia. Es la comida de la que no me canso. Solo la dejé por un tiempo, que fue cuando mis padres se divorciaron. Hoy en día son el sustento de la familia».

Su número me lo facilitó un gran amigo de ella, no dudé en marcarle para acordar vernos, después de cinco intentos, me contestó.

– Brenda, mucho gusto, habla con Ana María Triana, estudiante de Comunicación Social y Periodismo.

– «Mucho gusto, Ana María».

– Su contacto me lo compartió el compañero de trabajo de Juan, amigo que tenemos en común.

– «Cuénteme, ¿qué necesita? »

– Quisiera habla con usted, en persona.

– «Cerca de mi casa hay un café, allí es muy agradable conversar, la espero allí pasado mañana a las 4:00 en punto».

Era muy concreta la hora de hablar, se escuchaba segura y al mismo tiempo seria, un poco precavida sin saber quién era y con qué se iba a encontrar esa tarde de abril.

Después de perder la cuenta del número de tintos que Brenda y yo compartimos, en menos de nada, el reloj ya marcaba las 6:30 de la noche. Pude notar que Brenda tiene un aliento de desahogo, como si le aliviara haber soltado un peso de su pasado que tenía encima. Sentí confianza, porque me confió gran parte de su vida, de lo que la hace ser lo que es hoy, que quizá ella en su intimidad no tiene la facilidad de contar lo que me ha compartido a mí. Hubo un factor diferencial en la conversación… Las gorditas rellenas, que le hace ver la vida a ella desde otro punto de vista, desde un sabor que la ha acompañado toda su vida.


Realizado por: Ana María Triana, estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

El Anzuelo Medios

Masoko

Contacto

 

¡Escríbanos!

 

 Ibagué Tolima

 Carrera 22 Calle 67 B/Ambalá

 +57(8)270 94 00 ext 287

 Fax: +57(8)270 94 43

 elanzuelomedios@unibague.edu.co

Acuerdo de Uso