Los aromas que hablan de la plaza


“La plaza tiene temporadas, hay épocas donde el movimiento es bueno y se logran buenas ventas y hay otras donde el ritmo baja no sólo para mí sino para todos y las ventas se ponen duras”


 Crónica

Recuerdo la primera vez que fui a una plaza de mercado, estaba muy pequeña tal vez 8 o 10 años, mi madre iba los domingos y por decisión unánime su acompañante era yo, “acompáñame a la plaza a comprar frutas y verduras”. La primera vez me entusiasmó el plan, me imaginé algo así como ir al supermercado donde hay carritos, dulces y golosinas.

Esperaba llegar a un lugar con pisos brillantes y estantes perfectamente organizados. El olor, el ruido y los colores allí presentes me iban desdibujando el plan que tenía en mente. Una edificación blanca, casi en ruinas, con paredes donde aún se veían las manchas negras de un incendio reciente. Al entrar la situación no mejoró. Aunque había negocios organizados, casi todos estaban sobre el suelo y por lo tanto la basura marcaba el camino. 

 

Como era de esperarse mi decepción fue grande, hasta el punto de no querer volver a acompañar a mi mamá a hacer mercado en la plaza. Sin embargo, quisiera o no cuando papá no estaba disponible la ayudante era yo. Desde aquellas épocas en las cuales me perdí los cuentos de los hermanos Grimm por ir a la plaza, le tomé pereza al lugar, tanto que apenas pude dejé de acompañarla.

Los aromas de la plaza 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando me dijeron “les toca hacer un trabajo en la Plaza El Jardín” fue inevitable recordar mi experiencia y de inmediato me preparé para repetir la historia, pero esta vez las cosas serían diferentes. Era un sábado en la mañana, Valentina, Daniela y yo nos dirigimos a la Plaza El Jardín, esperando encontrar peligros, malos olores, basura y demás, preocupadas por el carro y de cómo sacar la cámara fotográfica. Al llegar, para nuestra sorpresa, nos recibió un amplio parqueadero, limpio y con vigilante, de inmediato y a simple vista las cosas eran diferentes.

Lo primero que hice al bajar fue tomar distancia y observar las dos edificaciones que conforman la plaza, a mi derecha se encontraba un bloque pequeño decorado con un mural muy colorido que le daba vida al lugar, junto con unas enormes aves de rapiña que se posaban sobre el tejado, que a decir verdad me inquietaban un poco. La edificación del lado izquierdo era similar pero más grande en colores gris y azul, con las mismas aves en busca de alimento. De fondo se escuchaban canciones que al parecer venían de unas tiendas aledañas.

Hay que reconocer que la plaza da buena impresión, pues si bien no es un supermercado, el sitio se caracteriza por su limpieza, es muy raro observar desechos regados por el suelo. Pese a que la basura no era visible, a mi nariz llegó una mezcla de olores que iba cambiando a medida que el recorrido avanzaba. Decidimos entrar al bloque en donde se encuentra el mercado principal, en la entrada un hombre, no muy alto de cara amable vestido con un traje azul y negro que lo identifica como vigilante, nos dio la bienvenida con una leve sonrisa.

El olor a manzanilla y hierbabuena aromatizaban el lugar y no era para menos,nos encontrábamos en la sección de hierbas que según sus propietarios, son la solución a todos los males o eso asegura Diana, la propietaria del negocio más grande del corredor, lleva 20 años en el gremio de los vendedores de plantas y hierbas, empresa que heredó de su madre. Ella una mujer tímida de 35 años, casada y con una hija, a quien ha sacado adelante con este trabajo, ofrece al público un producto para cada necesidad “le tengo la hierba para bajar el colesterol, para desintoxicar el hígado, purificar los pulmones...” y una cantidad casi infinita de plantas que van desde aquellas que cuidan el cabello hasta las que ayudan a combatir el cáncer.

Su estante se ve lleno, unas enormes pencas de sábila cuelgan del tejado de su local, no resistí la tentación de preguntar por el precio de una penca, soy amante de la sábila para el cabello “10 mil pesitos nada más”. Admito que no tenía el dinero para cómprarlas en ese momento, pero el precio era 50 por ciento más económico que en el supermercado, lo que evidentemente me resultó atractivo. Dianita, como le terminé diciendo, antes de heredar el negocio de su madre
intentó abrirse camino en otro campo. Terminó sus estudios secundarios, realizó un técnico en sistemas y trabajó para una empresa que distribuía bombillos, aunque asegura que éste le ha sido más rentable que sus otros trabajos. “Me le mido a trabajar en lo que sea, menos hacer cosas de esas indebidas (risas)”.

"Ha sido una vida muy buena, es un trabajo como cualquier otro, uno se acostumbra a la rutina; aquí en la plaza el día empieza muy temprano en la mañana y así mismo a las 3 de la tarde ya termina el movimiento."

 
Su esposo también trabaja en la plaza pero con su negocio de verduras, juntos empiezan muy temprano en la mañana, “nos levantamos a las 4 de la mañana, yo arreglo la casa y le dejo las cosas listas a la niña para que vaya al colegio, y antes de las 5 mi esposo y yo ya estamos en la plaza surtiendo el local y preparándonos para vender”. Justo en el negocio del frente, un joven de unos 16 años aproximadamente, tez morena y delgado, tenía puesta la mirada en nosotras. En vista de su curiosidad me di vuelta y le dije:
¿Quieres participar?

­“No, no”

­¿Trabajas en este local?

­No, sólo ayudo cargar pedidos y ya me tengo que ir...


Continué con Dianita, quien estaba muy concentrada organizando, al fondo una canción de Vicente Fernández ambientaba la charla. 20 años atrás la Plaza El Jardín no era más que una serie de toldos improvisados y mercaderes sobre el suelo vendiendo, “era más desordenado, inseguro y sobre todo sucio. Todo esto en donde estamos era monte”, aquella plaza quedaba ubicada donde hoy se encuentra el parqueadero, y queda sólo el recuerdo en la memoria de quienes la vivieron, pues hoy la Plaza El Jardín es una estructura con cimientos estables, con locales organizados, limpios, dos celadores, personal de aseo, un parqueadero grande y dos bahías para vehículos, tres piletas de baños, zona de restaurantes, tres entradas dos con ramplas y una edificación paralela de sólo carnes. Sin duda un lugar muy organizado, tal vez el más organizado cuando de plazas se habla. 
 Siguiendo con mi recorrido me despido del olor a hierbabuena y manzanilla y le doy paso a un olor dulce, banano, piña y manzana, delicioso, sólo inhalar bastaba para saber que nos encontrábamos en la sección de frutas, por donde quiera que miraba podía observar su color intenso. Los vendedores atentos al paso de los visitantes ofreciendo el mejor precio. Todos los estantes se encontraban organizados de una manera tan simétrica que me recordó aquellos bodegones que en clase de arquitectura en el colegio me tocaba dibujar, obviamente con resultados muy alejados de la muestra de la maestra.
Aunque todos los locales de frutas me gustaron, hubo uno que llamó mi atención por su variedad de productos, bueno no, en realidad fueron las enormes, rojas y brillantes fresas las que provocaron mi paladar por lo que me acerqué con toda la intención de que me ofrecieran una degustación. Jairo de Jesús Ospina es el propietario de tan colorido local, un hombre joven y amable, se encontraba arreglando la mora y aun así decidió atenderme. Jesús lleva 15 años trabajando en la plaza.
  
¿Cómo ha sido su vida en la plaza?

­Ha sido una vida muy buena, es un trabajo como cualquier otro, uno se acostumbra a la rutina; aquí en la plaza el día empieza muy temprano en la mañana y así mismo a las 3 de la tarde ya termina el movimiento. 

Trabaja junto con su esposa para sacar adelante lo que él mismo denomina su empresa, “uno aprende a luchar para sacar el negocio adelante, cada día trato de que las cosas estén bien y que la empresa crezca y aunque no ha sido fácil he logrado buenas cosas”. El local de don Jesús ofrece papaya, melón, pitaya, uvas, sandía, guanábana, banano, ciruelas, peras, manzanas, piña y mis anheladas fresas, entre muchos otros productos con los que ha logrado darle educación a sus tres hijos. Su esposa algo tímida evita participar de nuestra conversación, mientras organiza la fruta. “La plaza tiene temporadas, hay épocas donde el movimiento es bueno y se logran buenas ventas y hay otras donde el ritmo baja no sólo para mí sino para todos y las ventas se ponen duras”
Desde la perspectiva de don Jesús la plaza era un barrizal antes de 1997, luego las cosas empezaron a cambiar cuando el gobierno local decidió construir una estructura para poner orden al mercado. “Se volvió un lugar con mucha higiene y ya no se trabaja al sol y al agua”.
¿Cuánto cuesta un arriendo aquí en la plaza?

­El impuesto que cobra Infibagué por local es de 25 mil pesos aproximadamente.

¿Cómo se logra obtener un puesto aquí?

­Debe acercarse a Infibagué, y si hay locales desocupados allá le informan que documentación necesita, realmente no es muy complicado.

plazaeljardin 3

Los días que más movimiento hay en la plaza son los domingos, la rutina empieza a las cinco de la mañana, todos los locales empiezan a surtir, se aseguran de que todo esté limpio, organizado y muy bonito para darle la bienvenida al público. “En los días agitados muchas veces no tenemos tiempo ni de desayunar, apenas si podemos almorzar cuando el tráfico ha bajado”.

En vista de que nunca pude probar las fresas continué mi camino y poco a poco el dulce olor iba desapareciendo hasta encontrarme con uno más fuerte y no tan agradable como los anteriores. Un olor agudo y persistente invadía la siguiente sección, esa mezcla inconfundible de la cebolla junto a la papa. Los colores predominantes eran el café oscuro, el verde, el amarillo y el rojo, la papa, la cebolla, el cilantro, los plátanos y el tomate estaban allí a la espera de un comprador.
 
Aunque no era una sección tan linda como la anterior, es una de las más transitadas, ya que en la canasta familiar estos productos son los primeros que se compran, de hecho hay a quienes sólo les alcanza el dinero para éstos. A medida que íbamos caminando las ofertas no se hacían esperar, pero al momento de acercarme para una conversación, no todos estuvieron dispuestos.
 
Mientras pensaba a quien podía entrevistar sin que me rechazara, al fondo un señor ofreciendo lotería persistentemente. De repente observé una señora que se encontraba arreglando la cebolla, su aspecto reflejaba nobleza lo que me generó confianza para acercarme a ella. Su local no era el más grande, sin embargo la clientela del suyo no se quedaba atrás.
 
Cecilia sonrió cuando le conté lo que estaba haciendo, aunque un poco tímida aceptó. Su local es pequeño, pero organizado; allí ofrece cebolla, papa, tomate y frijol. Es oriunda de Boyacá, pero desde muy joven llegó a Ibagué donde siempre ha trabajado con productos del campo.
 
Cecilia es una mujer casera, madre de ocho hijos, “Junto con el papá de mis hijos hemos trabajado para sacarlos adelante. Ellos sólo tienen el bachillerato, cada uno hizo su vida y hoy todos tienen un hogar”, relata muy tranquila mientras sonríe. Cecilia trabaja en la plaza hace 20 años y su rutina desde entonces ha sido la misma. Muy temprano en la mañana, a eso de las 3, se levanta y se alista para salir y buscar la carga que surtirá su local. Cabe aclarar que todos los productos de la plaza son frescos por eso a diario se madruga a surtir.
 
¿Todo lo hace usted sola?

Sí, porque yo soy sola (risas) 

 A pesar de tener una familia tan numerosa vive sola y actualmente trabaja para ella misma, afirma que trabaja duro porque tiene que asegurar su vejez, pues a pesar que tiene buena relación con sus hijos, no espera nada de nadie. Sus días en general son agitados, en las mañana trabaja y en las tardes, después de las 4 se dedica a los quehaceres de su casa. Sin embargo los sábados y domingos son más agitados y por ello se alargan las jornadas, para poder dar la talla en las ventas. Hay que resaltar que aunque cada propietario es dueño de su tiempo y autónomo en sus decisiones en los horarios y días que trabaja, por lo general todos laboran de lunes a lunes sin descanso.
 
Los olores como todo el recorrido fueron cambiando, el olor a queso horneado se fue haciendo evidente y no era para menos porque me encontraba en el área de comidas. Lo primero que se encuentra antes de ingresar a los restaurantes son los locales de venta de almojábanas, pan de queso, empanadas de cambray y avena. Estas delicias roban la atención de cualquiera, incluyendo la mía, pues no pude evitar comer un enorme y caliente pan de queso. Más adelante el olor cambia, carne cocida, lechona, tamal y diferentes caldos. El restaurante es muy limpio y los olores despiertan el apetito de cualquiera, los precios son bastante económicos entre los 3 mil 500 y 5 mil pesos y las porciones son suficientes para satisfacer el apetito.
 
Confieso que tuve que salir de inmediato pues iba terminar probando todo lo que me ofrecieran. Así que me dirigí a la salida norte en la cual se encuentra el parqueadero y algunas tiendas de donde provenían las rancheras de Vicente Fernández y el Charrito Negro que tanto me inquietaban. Son pequeños locales en los cuales se bebe desde temprano y hacen parte de la dinámica del lugar, pues no todo es trabajo para ellos.
 
Mi recorrido ha terminado no sin antes llevarme una imagen positiva, lejos de aquella que de niña recreé cuando visité la plaza por primera vez. Aunque aquella estaba lejos de parecerse a ésta, tal vez las épocas han cambiado o simplemente el modelo de organización implementado es superior a las demás. Me voy llena e invitándolos a todos a que no nos olvidemos de estos centros de mercado, aquí los productos también son de primera calidad y mejor aún a buen precio.

Por: Daniela Antía, Estudiante de Comunicación Social y periodismo de la Universida de Ibagué.
 
 
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